La cantaba un tío muy feo. Tan feo, como muchos de los toros que han salido hoy al ruedo de Las Ventas. De Pérez Tabernero y de la colección de sobreros que, por el módico (o no tan módico) precio de la entrada, nos han enseñado. Y como San Google lo sabe todo, le consulto y me refresca la memoria, diciéndome que ese tío tan feo se llamaba Willy DeVille. Y San Google, que es así de majo, me pone un enlace a la canción en cuestión. Yo la recordaba como una horterada, pero más bien es del tipo de canciones que ponen los animadores de los hoteles en pleno agosto. Vamos, eso: una horterada. Ya saben a lo que me refiero, noches de terrazas repletas junto a piscinas vacías. De sandalias con calcetines en los pies de langostas alemanas, y de maduritos bien entrados en años que lo dan todo mientras bailan mirando hacia el tendido.
Y en una situación así, siempre hay una pareja sentada en la mesa más alejada de la pista, donde, ajenos a ellos, se mueven faldas vaporosas y camisas remangadas. Y en esa mesa, observando el colorido panorama que hay por delante, salta una pregunta. Podría ser sobre la sexualidad de los ángeles, sobre el aborto de la gallina o sobre qué hace una chica como tú en un sitio como éste. Pero él le pregunta a ella si Bolívar le gustó en Madrid con la corrida de Pérez Tabernero. Y ella responde algo parecido a ésto:
Pues mira, ahora que escuchamos esta canción tan horrorosa, alguien me dijo hace unos meses que a Luis Bolívar le falta corazón. A ver, no es que sea mala gente, o que sienta por poco cariño por lo suyo. No vayas por ahí. Lo que quisieron decirme es que, a la hora de aguantar las embestidas de un toro exigente, se aflige. Y ese tercer toro de Pérez Tabernero lo era. Y... ¡Voilà! Justo en el momento exacto, los "oles" - o esos "bieeeen" que los llevan suplantando hace tiempo - se convirtieron en "psss". Ese instante al que me refiero, en el que me acordé de lo que me comentaron durante la Feria de Fallas, llegó en la segunda serie. Bolívar tenía a la plaza deseando romperse después de dos derechazos largos, templados, de mano baja. En definitiva, buenos de verdad. Y en vez de hacer que la gente acabara de volverse loca, decidió terminar la serie. Y hale, nos quedamos todos como a quien le enseñan un regalo y se lo quitan a medio abrir. O como cuando estás deseando soltar cuatro verdades y te muerdes la lengua. Sabes lo que se siente, ¿no? Las palabras bajan por aquí, por el esófago y se te quedan atravesadas. Sin ir para un lado ni para el otro.
Y después Bolívar se echó la mano a la izquierda, sin conseguir tocarle las teclas a ese toro que pedía música. Pero una música diferente a ésta, claro. No sé. Algo con más enjundia. Una canción de esas que te enganchan y no te sueltan hasta el final. De esas que te absorven y terminas entregado cuando acaba. ¿Te acuerdas de Muse? Sí, hombre. Los del concierto del Calderón. Pues tienen una canción que se llama Hysteria, que además habla de un tío obsesionado con tener el alma y el corazón (mira por donde) de otra persona. Y por mucho que lo intenta, se esfuerza y las pasa canutas, no lo consigue. Pues eso. Y es que el de Pérez Tabernero desbordó a Bolívar y se zampó, a dos carrillos, sus buenas intenciones. ¿Sabes lo que te digo?
Y aunque el pelma este que sigue cantando se queje de que tiene demasiado corazón, en los toros muy pocas veces es suficiente. Ya sabes. Pero si a Bolívar ese día le ha faltó algo, llámalo "x", para poder hacerse con el tercero, a Aguilar le sobró. Y no, precisamente, para meter en la muleta a un toro que podría haber sido su más fiel colaborador, sino todo lo contrario. Dos marrajos le tocaron. Otra vez la suerte en los lotes para ciertos toreros... Uno, sobrero, de Conde de Mayalde. El único aspirante corraleado que pasó el casting de la fuerza en Las Ventas. Otro, titular, que cazaba moscas con los pitones a lo Kung Fu. Kung Fu. Sabes quién te digo, ¿no? Sí, sí. Ese que el año pasado... Bueno, eso mismo. Pero la cuestión está en que si cualquier matador se habría ido directo a por la espada, o habría dado un pasito p'atrás y otro p'alante, como estos guiris a los que les da un poco el sol y se les pira la almendra, Aguilar se quedó quieto para sacarles lo poco que tenían. Y eso no era lo importante. Porque la lectura final de toda la tarde fue la misma que llevaba dando tanto tiempo en Madrid: la de que si estaba preparado para hacer frente a este tipo de toros, figúrate tú cómo lo estaría para ponerse delante de uno que sirviera de verdad.
¿El Fundi? Hombre, le tocó uno también bastante bueno, ¿sabes? Con clase. Unos cuantos por un lado, otros por el otro... Pero, mal que me pese, la cosa se quedó entre Pinto y Valdemoro. Que a los de Fuenlabrada, además, nos pillan cerca.
Y a esas alturas de la película, el pincha atacaría ya con Georgie Dann. Momento perfecto para que más de un inglés acangrejado se quitara la camisa, usándola de hélice desatornillada por encima de su cabeza. Momento perfecto, también, para levantarse de la mesa y seguir hablando de toros en cualquier otra parte menos en esa... o en esta otra tan virtual desde la que yo les hablo.